viernes, 31 de enero de 2025

12-1-1967

             Pero en Haarburg se comía bien; particularmente el llamado “segundo desayuno, más o menos a las nueve y media a diez me parecía una ceremonia sagrada: huevos pasados por agua, blandos o fritos con panceta, jamón, la mejor Mettwurst (butifarra ahumada), queso además de la mejor manteca, leche y café. ¡qué más podía desear el corazón y el estómago!

            A mediodía se volvía a comer, específicamente a la vieja usanza, con un gran plato de cerámico sobre la mesa. Primeramente, las papas –y la gente del campo entienden algo de papas-, encima la verdura y la panceta frita con abundante salsa (Tunke) y cada uno comía con su tenedor.

            Qué más podría recordar y contar de Haarberg: con respecto a “papas” Magnum borum, papas fritas con huevo, papas “Rosen” (antigua variedad de papas) para los cerdos. Se cocían en un recipiente grande y se pisaban con un pisapapas de hierro. Se acompañaba con cereal molido grueso, suero de manteca, forraje picado, cardo picado que la abuela recogía en la carretera. Por lo tanto no era extraño que el jamón, el tocino y las butifarras ahumadas fueran el orgullo de la dueña de casa. Además, a menudo, sino todos los días, la abuela llevaba la vaca a pastar a la carretera. El ternero se vendía 2 o 3 días después de haber nacido. A pesar de ello, la vaca daba leche por la costumbre de siglos. En  cambio aquí, donde los bovinos están en grandes tropas, la vaca generalmente no da leche o la retrae si el ternero no está atado a su pata o se acerca a mamar periódicamente.

            Si bien nací en Hamburgo, Haarberg corporiza para mi el concepto de patria, la comunión con la tierra de la patria de nuestros mayores.

            In querer, también resultó decisivo para mi vida futura: Un verano toda la familia estaba allí y se dio que un domingo fuimos caminando a Curau, pasando por Dakendorf, a visitar a la familia Klüver  Mamá Klüver nos había visitado una vez en Hamburgo, algún grado de parentesco debía existir. Inesperadamente se presentó el Dr. Ernst Riedel, hijo del pastor de Curau, quien enseñaba francés e inglés en nuestra escuela en Hamburgo. No pudo dejar de meter cizaña y dijo que entre mi hermano Hans, siempre era “el otro” quien recibía el castigo, pero no contó que su autoridad ante la clase estaba tan menoscabada que corría a su alumnos con la regla. Después de este incidente llegó Frieda desde la casa del pastor, para saludarnos.

            Debo considerarlo destino o como propensión emocional, no podía dejar de pensar que tenía que ser mi mujer.  Podrá provocar risa, porque yo no tenía más de 14 años, pero no se pueden negar los hechos. No puedo seguir recordando este asunto porque con esta página cierro el capítlo dedicado a Haarberg y me traslado a Hamburgo.

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