Así fue que me quedé con una familia a cargo y lleno de deudas, pero sin dinero. Mi paternal amigo Agustín Pujol se hizo cargo de mi deuda con la Anónima. Se la pude pagar a él y a su viuda a lo largo de muchos años.
En cuanto a la cuenta “Fernando Solz y Cía.”, mi socio me urgía para que se rematara “todo”, pero yo no estaba de acuerdo con esa solución. Ya me había manifestado anteriormente, después que hubo organizado todo a su gusto, que se sentía demasiado viejo para seguir trabajando. La Anónima consiguió una autorización para proceder al remate hasta cubrir su crédito. Pedí a Pujol que comprara el resto a su nombre para mi, en bloque, por intermedio de su hombre de confianza, Julián de Castro: yo no quería ni podía permitir que se perdiera todo.
Entonces Sotz empezó a amenazarme. Hice la denuncia en la policía, pedí protección personal y permiso para portar armas. La policía le ordenó que no se cruzara en mi camino, hasta que un día, en la estación, me ofendió y me calumnió en presencia de testigos. Le inicié juicio y cuando el juez nos citó para una eventual retractación o conciliación prefirió irse al Territorio Nacional (ahora provincia) vecino.
Quiso la casualidad que en ese momento estuviera en venta, a través de un representante, el pequeño negocio del yugoeslavo Angel Spanich, de profesión constructor, quien había construido las casas de la Anónima y que había vuelto a Punta Arenas para buscar alguna ocupación apropiada. Yo tenía que empezar a hacer algo. Por eso le pedí una fianza de $ 5.000 m/n a mi paisano Hermann Kruse que tenía terrenos en Madryn y ovejas más arriba de Telsen. Me la concedió sin problema. Yo podía pagarle a Spanich en cuotas de $ 1.000.- mensuales. Por lo tanto, la “Tienda Madryn” nació con deudas y no saldría de las deudas por décadas, porque en un comercio siempre hay que comprar para mantener el surtido e incorporar las novedades.
El día que nos mudamos de la Casa Gerencia a nuestro nuevo negocio se quemó el “Kaiser”. Un vapor norteamericano descargaba nafta en cajones. Una eslinga se rompió, prendió fuego y todo se fue al tacho. El vapor pudo cotar los cabos. A bordo del “Kaiser”, sólo el maquinista ayudante sufrió severas quemaduras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario