Es necesario aclarar que por las razones mencionadas más arriba, la vida era muy barata. En el hotel pagábamos, con pensión completa, 60 pesos por mes, es decir 2 $ por día. Claro está que los salarios y los sueldos eran correspondientemente bajos: un empleado ganaba quizá unos 150 pesos por mes. Mis 300 marcos, al cambio de 0,60, resultaban ser 180 pesos. El Sr. Gomez tenía un sueldo fijo de 300 pesos que con su numerosa familia no alcanzaban para nada. El resto saldría de la participación de las ganancias. Naturalmente que lo principal era lo que uno podía comprarse con lo que ganaba y considerando que sólo tenía que gastar 60 pesos para vivir y con 100 pesos podía vestirse de pies a cabeza se podría vivir con comodidad.
Entre tanto la habitación que me habían asignado en la casita de los empleados estaba más o menos terminada, como para que me pudiera mudar, (tres habitaciones en hilera con una galería, construidas en madera y forradas también con madera). Estaba amueblada con lo indispensable: una cama, una mesa, una silla, una palangana y jarra y una pequeña mesa de luz. Tomé las cosas tales como eran, nunca me costó adaptarme a las circunstancias.
Un buen día llegó la hora de que tuviera que hacerme cargo de la contabilidad y allí me desayuné de la triste realidad: en realidad no se había iniciado ninguna contabilidad, a pesar que ya en diciembre de 1906, el Sr. Gomez había venido de Punta Arenas para organizar las actividades en Puerto Madryn y en Trelew, en el valle del río Chubut. Por eso tuve que rastrear y reunir todos los papeles, correspondencia, facturas de mercadería, etc, ordenarlos por meses, para poder empezar algún tipo de orden. Aún así quedaron asuntos sin resolver, porque el Sr. Gómez no se podía acordar. Tengo que confesar, que esto fue lo más difícil para mi, porque aparte de un libro de caja, no existía nada y a veces me pregunté porque el Sr. Gomez quiso un contable de Hamburgo si seguramente no hubiera sido tan difícil hacer venir uno de Buenos Aires en lugar de esperarme. En la población vecina, Trelew, ya existían bastantes comercios y un comercio más o menos importante sin contabilidad es prácticamente impensable. El Sr. Gomez era un tipo realmente genial!
Entre tanto también nos habíamos mudado al nuevo edificio. Mirando al norte había una oficina con dos grandes ventanas, mientras que el galpón de techo de chapa quedó para depósito.
Se acercaba la Navidad de 1907, la primera Navidad en tierra extraña. El Sr. Castelberg, gerente de la empresa lanera Diego Meyer & Co. y su señora me invitaron junto con un empleado joven de la lanera Lanusse & Olaciregui, el Sr. Schneider, a celebrar en su casa. No faltó el árbol de Navidad, aunque era muy modesto. La agradable velada ahuyentó la melancolía. Hay que admitir que la noche de Navidad en tierra extraña puede entristecer a cualquiera. Pero también es cierto que no debe existir un rinconcito del mundo donde los alemanes no armen un arbolito y celebren el día. Esta costumbre se ha difundido tanto que hoy en día ya no se puede pasar de largo la Navidad.
A fines de enero/principios de febrero de 1908 me enfermé: fiebre tifoidea, inflamación gástrica, gastroenteritis. Empezó con diarrea, pero un día, al despertar, tenía 39/40ºC de fiebre y tuve que quedarme en cama. Por suerte había un médico en la población, lo cual no sucedía habitualmente en aquellos tiempos. Naturalmente que la causa del problema era la alimentación. Creo que la señora de Gomez me cuidaba, el señor Gomez me venía a ver seguido y a la noche, mi compañero de trabajo, Rafael Flores, me hacía la cama y arreglaba mi pieza. En total, tardé aproximadamente un mes en mejorar y quedé muy debilitado. No es agradable enfermar cuando se está solo. Después de la enfermedad tenía un hambre feroz, aunque no podía descartarse una recaída.
Al cabo de algunos meses supimos que se intentaba una fusión de las filiales costeras de José Menendez y Braun & Blanchard: había que presentar balances y otros datos. Como el tiempo era escaso, porque dependíamos del tráfico de los vapores que iban al Pacífico para comunicarnos con Punta Arenas, estuve muy ocupado y el último día tuve que pasar toda la noche trabajando.
En julio/agosto vino del sur una comisión encabezada por Don Alejandro Menendez, el hijo mayor de Don José Menendez, para controlar los balances al 30 de junio de todos los negocios.
Sobre la base de estos balances se fundó la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia que luego se lanzó a la arena de los negocios con gran respaldo financiero. Pero de esto daré mayores detalles en el Capítulo siguiente.
Después
que se fueron todos, el Sr. Gomez me dio dos semanas de vacaciones que pasé con
mi amigo Herbert Elbourne en el valle del Chubut. Primero fuimos a la chacra
del viejo Benbow Philipps, quien a pesar de su edad avanzada se había casado
con una hermana de Elbourne. Desde allí cabalgamos río arriba hasta la casa de su
hijo, Randall Philipps, que se dedicaba a la cría de caballos y vacunos. Nos
trajeron de vuelta en bote y los caballos nadando a través o por el río. Luego,
volvimos río abajo hacia el valle, pasando por la chacra de un tal José Castro
y desde allí a lo de un tal Lloyd Kent, donde pasamos la noche. A la mañana siguiente, nos dieron un muchacho
que nos llevó hasta un vado del río y así llegamos de vuelta a lo de Benbow
Philipps y más tarde a Madryn. El viaje no solamente me sirvió para despejarme
la cabeza y de descanso sino que también conocí el valle del Chubut.
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