sábado, 4 de enero de 2025

10-02-1967

             El sucesor del Sr. Gomez en la Sociedad Anónima era un viajante, Juan N. Toso, quien ocupó el cargo algo menos de un año y había agarrado bastante bien el ritmo del negocio. Pero cuando el Sr. Gomez se enteró que por la mañana, cuando todos iban a trabajar, dejaba salir las prostitutas por la puerta principal del edificio de la gerencia lo destituyó de inmediato, telegráficamente y me nombró como sucesor. 

Naturalmente que era un gran honor para mi, pero este cargo también implicaba muchas preocupaciones: el negocio con la competencia y los precios; el galpón de chapa en el mismo terreno, con cajones y bolsas cerradas cuyo contenido debía figurar en la administración de las existencias para que no nos quedaran “clavos”; dos grandes galpones de chapa junto al ferrocarril para lana y mercadería y dos tinglados para la madera sueca, etc. 

A esto había que agregar los vapores de la Anónima que llegaban uno tras otro y los vapores norteamericanos, alemanes e italiano que representábamos, para cuya carga y descarga siempre dependíamos del ferrocarril. Además, la filial de Ñorquincó y todo los comercio pequeños que estaban sobre el camino hacia aquella. Estaban también los “fiados”, los viajantes, las montañas de correspondencia. Y a la noche, cuando reinaba la paz, teníamos que hacer los pedidos, incluyendo de las provisiones para los vapores. No hay que olvidar la envidia que pone dificultades en el camino. Particularmente el gerente del ferrocarril que llegó hasta la calumnia –que no me aguanté- y que en la primera oportunidad me denunció al viejo Menendez. También estaban los Inspectores de la Anónima, que en lugar de solucionar problemas nos amargaban la vida: o bien pedían prestado a los Gerentes, como Strassmann, o se prestaban para cochinadas, como Rheder. Escribían a mis espaldas en vez de discutir y solucionar los problemas conmigo, lo que daba motivo para telegramas de Punta Arenas y contestaciones. También tenían orden de comunicar “todo lo que oyeran”: es fácil imaginar las situaciones poco felices que se producían. 

En total, era mucho honor y trabajo, pero poco pan. 

Cuando Punta Arenas quería saber dónde habían sido construidas las endiabladas pequeñas barcazas de la Hamburg-Süd: pregúntenle a Grimm. Cuando necesitaban un capitán: pregúntenle a Grimm. Servíamos para todo: escriba a la Roland Linie en alemán, después tenía que traducir las cartas al español, pues las copias de toda la correspondencia iba a Punta Arenas. 

Durante el tiempo que pertenecí a la Sociedad Anónima hice un viaje a Ñorquincó. Desde allí, emprendimos el viaje al Maitén, donde cruzamos el río Chubut. Mi caballo era muy inquieto, casi me mata al montarlo pues se metió en un galpón. En la mitad del río tropezó. Miré hacia abajo, me mareé y caí de espaldas al agua. El río me arrastró, pude agarrarme a una piedra grande. Guerrero, el dueño de nuestra carreta de mulas me sacó de allí. Yo estaba completamente empapado, pero no quise volver atrás. Así fue que seguimos cabalgando hasta el Boquete de Bolsón, donde me administraron toda clase de brebajes calientes y me metieron en cama y colgaron mis gruesas ropas para que se secaran. Pensé cosas fantásticas toda la noche, pero al mediodía del día siguiente mis ropas y mis botas de caña alta estaban en condiciones para que pudiera volver a ponérmelas.  Cabalgamos a través del valle de Bolsón, Las Golondrinas, maravilloso, volvimos a salir cerca de Epuyén, en Rincón de Cholina pasamos nuevamente el río hacia Colonia Cushamen y de allí, de vuelta a Ñorquincó. Desde allí todavía hice una escapada a Bariloche, de belleza admirable, pero sin comunicación, porque el ferrocarril solamente llegaba hasta Maquinchao. Llegué a Madryn con una gran barba que me hice recortar en forma de barbita en punta. 

Al poco tiempo recibimos telegráficamente noticias de Ñorquincó: un turco que era cliente había vendido todo lo que tenía contra giro a Lahusen y se había mandado mudar.  Justo en esos días, yo estaba en cama con una inflamación de oído. A pesar de ello, resolvimos tomar el “Quintana” hasta San Antonio. En la sucursal local de Lahusen no logramos nada. Seguimos la pista del Turco y lo alcanzamos en Patagones. Admitió todo y dijo que viajaba a Buenos Aires por razones de salud.  Cuando estuviera mejor, pagaría. Quisimos seguir hasta Bahía Blanca, pero un 25 de mayo nos quedamos en el camino, detrás de un monte. Nos rescató la gente de una posta (hotel de campo?) y al día siguiente nos llevaron a Villa Luro donde pudimos subir a un tren de línea sin pagar boleto. Así llegamos a Bahía, a la civilización que representaba el Hotel Sudamericano. Visité al Sr. Diego Meyer y él me recomendó a su a bogado, pero no hubo nada que hacer.  Nuestra filial de Trelew también debería haber tomado medidas en este asunto, pero el juez de Rawson había cometido el error increíble de hacer valer derechos de terceros en Lahusen, en Buenos Aires, en lugar de hacerlo a través de un juez de Buenos Aires.  De allí que nos tuvimos que volver sin haber solucionado el asunto. Frieda se quedó en casa de los Lahusen, en San Antonio, ya que estaba esperando a Rudi. Yo volví a Madryn en junio, con un frío de mil demonios, en un coche abierto, tres días más tarde.

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