Cuando nuestro vapor llegó a Buenos Aires, Frieda me esperaba en el muelle. La alegría del reencuentro fue grande después de casi 3 años.
Lo primero que hicimos fue ir a visitar al Capitán del “Cap Roca” para saludarlo y despedirnos, ya que su barco ya volvía a partir. A continuación fuimos al “Kaiserhof” (Jousten), Naturalmente que teníamos mucho que contarnos. Después del almuerzo me fui a dormir, era la primera cama que veía desde mi partida de Madryn.
A la tarde fuimos a la iglesia para anunciar nuestro casamiento. Pedimos al Pastor von Wicht (Pastor de la Misión de los Marinos) que nos casara el sábado – debe haber sido un jueves. Al día siguiente fuimos al Registro Civil y visitamos al Pastor y a su señora e invitamos a algunos pasajeros de nuestros respectivos vapores a la ceremonia para no estar tan solos. entre otros también al Capitán de mi vapor, Ulrich Lehmann y a la familia Hermel con Hannchen, a quien Frieda ya había tenido ocasión de conocer. Lehmann y Hannchen se casarían más tarde, desgraciadamente la guerra se llevó a Lehmann siendo comandante de un submarino.
Así llegó el 23 de abril de 1910, el día de nuestra boda. La Sra. Jousten se preocupó amorosa y diligentemente de hacer los preparativos. Al caer la tarde fuimos a la iglesia de la calle Esmeralda, nuestros fieles invitados ya estaban reunidos. El Pastor nos habló de manera muy conmovedora y nos dio una sentencia: “Todas vuestras penas confiadlas a Él, pues Él vela por vosotros” (Alle Eure Sorgen werfet auf Ihn, denn er sogt für Euch). No estábamos solos en el mundo!
Después de la andanada de felicitaciones invitamos a nuestros amigos al Kaiserhof, donde la Sra. Jousten ya había preparado todo. Además del Prof. Eberlein,
el artista y escultor que había traído el friso para el monumento de San Martín (estábamos en el año que se festejaba el centenario de la independencia argentina) y quien había venido en el “Cap Roca” con Frieda, el Capitán Lehmann, el Inspector Weiss, el Sr. y la Sra. Jousten, la Sra. Weibel y Hannchen Hermel había un total de 14 invitados. La reunión se animó y en medio del jaleo, el Prof. Eberlein se empeñó en componer una canción en honor del acontecimiento que fue muy aplaudida y que, provista de la firma de todos los presentes, pasó a ser la primera hoja de nuestro álbum familiar. La tertulia terminó cuando hubo suficientes botellas vacías haciendo guardia a lo largo de la pared. Habíamos encontrado amigos, también en tierra extraña.
Frieda y yo tomamos el ascensor y subimos al denominado séptimo cielo.
Sin embargo, la mañana siguiente, domingo, nos vio nuevamente en la iglesia. El Pastor y sus palabras nos habían gustado tanto! Teníamos que hacer acopio para el camino, hacía muchos años que no pisábamos una iglesia!
Los días que nos quedaban hasta la partida del siguiente vapor que iba al sur, el “Presidente Quintana” los ocupamos con visitas y paseos.
De los paseos, el que más nos gustó fue Palermo, donde los “porteños” (de “puerto”, es decir los que viven en el puerto, denominación que se da a los habitantes de Buenos Aires) pasean, particularmente los domingos, bajo palmeras y junto a pequeños lagos artificiales en medio de hermosos jardines y pérgolas, sobre calles asfaltadas en coches abiertos de dos caballos o landós, mientras que en los caminos aledaños, provistos de muchos bancos, se pasean “los de a pie”. Esta fue quizá la imagen más característica del Buenos Aires de 1910.
También el camino de regreso a la ciudad, atravesando los jardines boscosos de la actual Plaza Francia era lindo y cuidado.
Sin embargo, el Buenos Aires de 1910 no era comparable con el de hoy. Las calles fueron siempre estrechas y había que admirar a los cocheros al verlos abrirse camino en el tránsito. Las veredas eran aún más angostas que ahora y en vista de los inminentes festejos del centenario de la independencia, el 25 de mayo, estaban rotas en muchos lugares.
Así llegó el día de nuestra partida. La primera escala fue en San Antonio, donde los buques alemanes (“Tucumán” y “Mendoza”) descargaban rieles de ferrocarril de procedencia belga para el trecho de tierra adentro, en dirección a Bariloche. Participamos de un festejo húmedo/alegre entre compatriotas y los demás pasajeros de nuestro vapor se admiraron a la mañana siguiente al ver que el agua de desagüe se llevaba todas las botellas vacías al mar.
Después amarramos en Puerto Pirámides, porque como ya mencioné, los vapores de la Hamburg-Süd seguían siendo los únicos que conectaban Buenos Aires y la costa sur. De allí que nuestro viaje durara ocho días.
Aquí cierro este Capítulo porque mañana llegaremos a Puerto Madryn.
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