02 de septiembre de 1909.-Festejamos el día de mi compromiso oficial. Invité a algunos amigos y familias conocidas a una cena. Había encontrado un cocinero que nos preparó un rico menú, incluyendo un pavo. Todo se desarrolló muy cordial y armónicamente y al final también se bailó. La familia Gomez se disculpó, el lugar no les debe haber parecido suficientemente distinguido.
Ahora había que ocuparse de la construcción de la casa o casas, porque Flores también construiría al lado. El constructor era un tal Antonio Civitareale y su hijo. Habían construido el nuevo hotel de Manuel García frente al edificio de la Gerencia. El zócalo de cemento y las paredes avanzaron con relativa rapidez. Luego entraron los carpinteros para hacer los techos inclinados de tipo chalet y los adornos con frente a la calle y al mar. Luego siguió el interior, el revoque de las paredes, las puertas y las ventanas corredizas suecas de última generación, las persianas, etc. La casa consistía en una galería vidriada con sol de mañana y vista al mar, le seguía un comedor con dos ventanas al costado y atrás, un dormitorio grande con dos grandes ventanas con vista al mar y una al norte con sol por la tarde. Además, la cocina, una despensa y el sótano, finalmente, el baño: en total 10 X 10 metros. En el patio hice construir un lavadero, una habitación para huéspedes y un toilet. Siguieron los trabajos de pintura y todo se iba terminando cuando Frieda embarcó en el "Cap Roca" con rumbo a Buenos Aires.
Como yo tenía que esperar un vapor que viniera del sur para ir a su encuentro, le mandé un largo telegrama en alemán a la Agencia Delfino, la que gentilmente se lo adelantó en Montevideo.
Por lo tanto, no pude esperarla en el muelle cuando amarró el “Cap Roca”, ni satisfacer la curiosidad de sus compañeros de viaje. El Capitán retuvo a Frieda abordo y la llevó personalmente al “Kaiserhof” (luego Hotel Jousten).
Por ironía del destino, la primera persona que había conocido Frieda en la mesa del capitán fue el Inspector Weiss, quien había navegado mucho en la costa sur y me conocía, con lo cual se demostró una vez más que el mundo es un pañuelo.
Entre
tanto también había arribado mi vapor procedente del sur. La despedida fue
húmeda y alegre, estrenando el muelle nuevo. El viaje comenzó con mar gruesa a
la salida del golfo y yo tenía nuevamente un pasaje de 1. Clase “sin cama”.
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