Recalamos en Sao Vicente, un de las islas de Cabo Verde donde el vapor cargó carbón. En aquél tiempo se podía cargar el mejor carbón inglés en cualquier parte, más tarde, cuando las minas de carbón de Inglaterra o Gales fueron “socializadas” se llegó a tal extremo que Inglaterra tuvo que importar carbón de Estados Unidos, con lo cual se demuestra suficientemente el éxito de la “socialización”. Es una desolada isla rocosa y nos divertíamos montando burros que traían los jóvenes pobres de la isla.
De San Vicente fuimos a Montevideo donde descargamos a todos los pasajeros que iban a Buenos Aires. El vapor quedó fuera de la rada y volvimos a cargar carbón. Aquí vimos por primera vez cómo los estibadores tomaban su verdoso “mate” de una taza metálica con un tubo de absorción.
Desde Montevideo navegamos a Ingeniero White, el puerto de Bahía Blanca, que impresiona por la obra de sus muelles y el ferrocarril inglés. Es increíble cómo han contribuido los ingleses con sus inversiones de capital al desarrollo de la Argentina. Tomamos el tren a Bahía Blanca, que en aquél tiempo aún era modesto en comparación con el actual. A pocas cuadras de la estación ya habíamos salido de la ciudad.
De Ingeniero White seguimos viajando hacia el sur, entrando en el Golfo Nuevo. Al cabo de unas 3 ½ horas de navegación en el golfo anclamos en Puerto Madryn. Ya había anochecido, sólo algunas luces revelaban la existencia de la población que sería la meta de mi largo viaje y de mis nuevas tareas. En vista de la escasa iluminación empezaron a tomarme el pelo.
Yo me alegraba de haber llegado a la meta de mi viaje y estaba preparado para dedicarme a mis nuevas obligaciones.
Cierro aquí el 5. Capítulo de mi
crónica y mañana bajaré a tierra en Puerto Madryn.
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