De lo que antecede surge que “la Anónima” iba en vías de convertirse en una gran empresa. Sus acciones tenían un valor nominal de 100 libras esterlinas. En sus filiales ofreció algunas a sus clientes. Había capital que las respaldara y los créditos de sus filiales favorecían, particularmente en el sur, el establecimiento de muchos criadores de ovejas.
1909.- Tuve que presentarme en el Consulado Alemán por el asunto de mi servicio militar. Aproveché el hecho que el Sr. Guillermo Carl viajaba a Buenos Aires para unirme a él. El sabía manejarse allí, en cambio, para mi todo era nuevo. Los escasos vapores de la Hamburg-Süd no podían satisfacer el tráfico de pasajeros y generalmente ya venían completos del sur. En ese tiempo no había otros medios de transporte. Así que la agencia emitía pasajes de 1. Clase “sin cama” y cada uno se arreglaba como podía. Yo dormía en el sofá del Comisario de abordo, otros en el salón comedor.
El Consulado me asignó día y hora para la revisación médica. Resultado: exento del servicio militar por pie plano incipiente. Menos mal, una preocupación menos. No creo que valiera la pena mandar reclutas desde aquí a Alemania, seguramente que allí sobraban.
El Sr. Carl y yo solíamos ir seguido y con placer a “Aues Keller”, allí se comía bien. Este lugar estaba más o menos en el cruce de Bmé. Mitre y Diagonal –que entonces todavía no existía- y era muy concurrido. Para nosotros, “patagones”, Buenos Aires era sinónimo de “comer bien”.
No
me acuerdo de ningún acontecimiento especial de este viaje. Tenía que ocuparme
de ver cómo regresar lo más pronto posible a Madryn.
Dado
que el asunto del servicio militar estaba arreglado, podía pensar en casarme,
para lo que como primera medida me preocupé de buscar un terreno apropiado. Ya
no era tan sencillo: los terrenos de Manuel García, del Dr. Cosentino, Juancito
Arbeleche, Juan Zaraz estaban en la avenida costanera y “no estaban en venta”.
Enfrente de James había un cuarto de manzana que pertenecía a un ex-gerente del
ferrocarril, tampoco estaba en venta (a pesar que más tarde fue subdividido
repentinamente y vendido). Lo mismo sucedía con media manzana frente a la plaza
pública: se dijo que estaba “reservada”. Un buen día resultó ser de Milano, Boca
y del Dr. Cosentino. Así fue que Flores y yo compramos en la última manzana
frente a la playa. Se murmuró que habíamos comprado en las “dunas”.
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