miércoles, 15 de enero de 2025

28-01-1967

             A la mañana siguiente me dirigí al dique Alexandra y subí a bordo del “Flamenco”. Mi equipaje ya estaba a bordo, lo mismo que un matrimonio alemán (judíos) de Berlín con dos niños pequeños que habían llegado el día anterior y habían embarcado inmediatamente. Me asignaron una litera inferior en un pequeño camarote de tres literas; las dos superior fueron ocupadas luego por dos jóvenes ingleses. Mi baúl de camarote cabía debajo de mi cama. 

            Ya estaba oscureciendo cuando soltamos amarras; un práctico nos condujo fuera del puerto y pusimos rumbo al sur. 

            A la mañana siguiente a las 7, el camarero trajo una pequeña taza de café negro para cada uno y a las 9 se sirvió el gran desayuno, el breakfast, con Quaker y azúcar granulada, luego, a gusto, huevos fritos con panceta, salchichas asadas, costillas de capón y otras delicias. Todo con pan y manteca, jugo de naranja o mermelada de naranjas amargas, café con leche, etc. El breakfast es una cuestión muy especial para los ingleses. 

            Conocimos al capitán, Captain Kinnier (la tripulación lo llamaba “capitán Caution”), al 1. Oficial de Maquinas, Mr. Hutchinson, al médico –un italiano, que tenía que formar parte de la tripulación porque en España embarcarían emigrantes- y a otros. Además del matrimonio alemán ya mencionado había una inglesa que iba a la costa del Pacífico, al encuentro de su marido. 

            El primer puerto que tocamos fue La Rochelle – Pallice, el puerto de salida de Bordeaux, Francia.  A la noche, el 1. Oficial de Máquinas nos llevó consigo a la ciudad, donde visitamos como espectadores, un salón de baile. 

            Luego tocamos La Coruña y Vigo, donde embarcamos, además de la carga, a cientos de emigrantes, hombrecitos, mujercitas y niños con destino a Buenos Aires, los que fueron acomodados en la cubierta inferior, pero que se pasaban la mayor parte del día arriba, en la cubierta superior y mataban el tiempo jugando a la lotería, cantando y bailando al son de castañuelas, panderetas etc. 

            De allí pusimos rumbo al sudoeste para atravesar el Atlántico, nada más que agua. Pasamos el tiempo lo mejor que pudimos. Debo mencionar aquí al médico italiano –que hablaba muy bien inglés- quien después de su visita matinal a la cubierta inferior, solía estimularnos –a mis compañeros de camarote y a mi- con alguna conversación interesante.

 

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