Pero en Haarburg se comía bien; particularmente el llamado “segundo desayuno, más o menos a las nueve y media a diez me parecía una ceremonia sagrada: huevos pasados por agua, blandos o fritos con panceta, jamón, la mejor Mettwurst (butifarra ahumada), queso además de la mejor manteca, leche y café. ¡qué más podía desear el corazón y el estómago!
A mediodía se volvía a comer,
específicamente a la vieja usanza, con un gran plato de cerámico sobre la mesa.
Primeramente, las papas –y la gente del campo entienden algo de papas-, encima
la verdura y la panceta frita con abundante salsa (Tunke) y cada uno comía con
su tenedor.
Qué más podría recordar y contar de
Haarberg: con respecto a “papas” Magnum borum, papas fritas con huevo, papas
“Rosen” (antigua variedad de papas) para los cerdos. Se cocían en un recipiente
grande y se pisaban con un pisapapas de hierro. Se acompañaba con cereal molido
grueso, suero de manteca, forraje picado, cardo picado que la abuela recogía en
la carretera. Por lo tanto no era extraño que el jamón, el tocino y las butifarras
ahumadas fueran el orgullo de la dueña de casa. Además, a menudo, sino todos
los días, la abuela llevaba la vaca a pastar a la carretera. El ternero se
vendía 2 o 3 días después de haber nacido. A pesar de ello, la vaca daba leche
por la costumbre de siglos. En cambio
aquí, donde los bovinos están en grandes tropas, la vaca generalmente no da
leche o la retrae si el ternero no está atado a su pata o se acerca a mamar
periódicamente.
Si bien nací en Hamburgo, Haarberg
corporiza para mi el concepto de patria, la comunión con la tierra de la patria
de nuestros mayores.
In querer, también resultó decisivo
para mi vida futura: Un verano toda la familia estaba allí y se dio que un
domingo fuimos caminando a Curau, pasando por Dakendorf, a visitar a la familia
Klüver Mamá Klüver nos había visitado
una vez en Hamburgo, algún grado de parentesco debía existir. Inesperadamente
se presentó el Dr. Ernst Riedel, hijo del pastor de Curau, quien enseñaba
francés e inglés en nuestra escuela en Hamburgo. No pudo dejar de meter cizaña
y dijo que entre mi hermano Hans, siempre era “el otro” quien recibía el
castigo, pero no contó que su autoridad ante la clase estaba tan menoscabada
que corría a su alumnos con la regla. Después de este incidente llegó Frieda
desde la casa del pastor, para saludarnos.
Debo considerarlo destino o como
propensión emocional, no podía dejar de pensar que tenía que ser mi mujer. Podrá provocar risa, porque yo no tenía más
de 14 años, pero no se pueden negar los hechos. No puedo seguir recordando este
asunto porque con esta página cierro el capítlo dedicado a Haarberg y me
traslado a Hamburgo.