A fines de 1920, Frieda viajó en vapor a Buenos Aires con los chicos y su empleada, una rumana que se llamaba Sofía Murza y se hospedó en el Hotel International, enfrente del Palacio de Gobierno. Cuando paseaba por Florida con los chicos y Sofía, vistiendo el traje regional y con Wilhelm en los brazos, llamaba la atención. Mientras me esperaba, Frieda se puso a buscar una casa para la familia.
Yo la seguí por tierra. Se había juntado un grupo de viajantes. Salimos de Madryn con Ambrosio Suarez en su Studebaker antes que amaneciera para llegar a San Antonio con luz. Eramos 8 pasajeros y equipaje. Al día siguiente pasamos por Martinena hacia Río Colorado. Después del mediodía del día siguiente llegó el tren de Neuquén, el que nos llevó hasta Bahía Blanca. Cuando vimos todo nuestro equipaje en la estación de Río Colorado nos admiramos del rendimiento del Studebaker y de su chofer. Desde Bahía tomamos el tren nocturno a Buenos Aires.
Entre tanto, Frieda había encontrado una bonita casa en Urquiza, Bauness 2760, frente a la plaza: a la tarde la fuimos a ver. Una hora de viaje en el tranvía Lacroze, 10 centavos por persona. La propietaria ya nos estaba esperando y el alquiler ya estaba arreglado. Al día siguiente pude firmar el contrato de alquiler y el Sr. Gomez salió diligentemente de garante. Compramos lo indispensable para poder salir del hotel y nos mudamos a nuestro nuevo hogar. Tenía una entrada en el medio. De un lado y hacia la calle, había una espaciosa habitación independiente que serviría de oficina. Del otro lado, un gran dormitorio con ventana a la calle y a continuación, dos dormitorios que daban al jardín. Además, un comedor saliente, cocina y habitación de servicio. Pagábamos $ 200.- de alquiler, pero estábamos muy conformes.
Pusimos
los dos chicos mayores en la escuela alemana de la calle Monroe, detrás del
Hospital Pirovano. Podían ir solos a pie hasta allí. Ah! No, no es cierto,
estoy pensando en Coghlan y no en Urquiza. En la estación Urquiza tenían que
tomar los viejos coches break de cuatro ruedas, llamados “guarderías de pulgas”
(Flohkisten), que los dejaban en la vereda de la escuela. Esta “Monroe Schule”,
cuyo director era el Sr. Heidrich y luego el Sr. Albicker, era una obra
comunitaria, como todas las escuelas alemanas del país. Tenían buenos maestros
y las clases se dictaban por la mañana, de manera que los chicos iban a comer a
su casa y por la tarde podían hacer sus deberes bajo la supervisión de Frieda.
La plaza tenía juegos para los chicos. Nos gustaba vivir allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario