Entre
tanto había organizado mi trabajo. Tenía que llevar tres contabilidades
obligatorias pues estaba inscripto en el registro de comercio. Lamentablemente
sólo podía pagar una parte de mis compras de mercadería en efectivo, ya que
siempre tenía que pagar y nuevamente dependía de las compras a crédito.
Para hacer el inventario y el balance al 30 de junio siempre me iba a Madryn, muchas veces con mucho frío. Cuando iba de noche, desde San Antonio en el viejo Ford, a Madryn, los compañeros de viaje que iban atrás llegaban “azules”.
En 1921 vino mi hermano menor Alfred a nuestra casa en Urquiza. Había estado en la guerra siendo muy joven y llegó vistiendo pantalón militar. Trabajaba conmigo en la oficina, en Urquiza y en junio cuando tuve que ir a Madryn, lo llevé. Desde Río Colorado había otra posibilidad de transporte hasta San Antonio donde Willy Oetken dirigía la Sociedad Anónima.
Los balances me demostraron que mi programa no era viable. En pequeños negocios al por menor no se puede ganar lo suficiente para vivir y pagar y pagar. Por la tensión no solamente se resintió mi sueño, sino que mi salud estaba en camino de irse al tacho. Volví de Comodoro Rivadavia pasando por Madryn, donde hablé con Pujol- y en Buenos Aires mostré mis libros a mis acreedores. Encontré comprensión y tolerancia y pude empezar de nuevo.
En 1922, Frieda y los chicos, Willy Oetken y Else fueron “allá”. Mi representante en Comodoro había vendido mi negocio con mi consentimiento y había transferido el adelanto. Por eso pude dar a Frieda algún dinero para que hiciera compras, si bien Alemania estaba pasando la más galopante inflación.
Apenas
se hubo ido Frieda tuve un conflicto con el propietario de la casa. Se había
caído un gran pedazo del revoque del techo del comedor. Como empezó con
dilaciones, lo hice arreglar y le desconté $ 50.- del alquiler. El “hombre de
honor” ocultó mi cheque y me hizo juicio de desalojo. Presenté mi libro
copiador, pero el juez de paz no lo admitió como prueba y fallo por el
desalojo. ¿Y ahora, a donde ir?. Gracias a los oficios de las familias Wrang y
Castritius me acomodé más mal que bien en Colegiales, en la calle Concepción
Arenal, cerca de la barrera de Cabildo. Los empleados de la empresa de mudanzas
hicieron todo. Dejé a nuestra fiel ayudante doméstica Tercila y a mi ayudante
de oficina, una chica judía, en Colegiales y me tomé un buque tanque a Comodoro
Rivadavia para entregar el negocio.
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