El día que llegó el telegrama de Alfred que ya mencioné dejé todo y salí al día siguiente agobiado de ansiedad porque no sabía cuando volvería. El destino de los patagones incluye el hecho de que en aquellas tierras debe estar solo y la mujer con los chicos, en Buenos Aires. Los inviernos eran largos y fríos. Los domingos por la tarde salía a pasear al campo para distenderme al menos una vez a la semana. Quien no tiene alma de comerciante agota sus fuerzas diariamente. Frieda me hacía compras y me conseguía cosas, Rudi me hacía las anotaciones necesarias para que yo pudiera seguir haciendo la contabilidad (aunque generalmente resultaba que la caja de la mami tenía errores) y en Madryn venían los viajantes y dejaban sus valijas, muchas veces trabajo nocturno para mi. Y las noches eran tan largas cuando el sueño no quería venir y a pesar de eso, a la mañana siguiente había que poner cara amable.
Pasaron años hasta que vino Michel para hacerme compañía. Se había comprometido con Elsita y ambos contaban con el negocio de Madryn, con lo cual se solucionaban todos los problemas.
Nos entendimos bien desde el primer día, creo que no se necesitaba mucha ciencia para llevarse bien con Michel, aunque debo admitir que cada persona tiene su particularidad. Basta de reflexiones, llegó el día que Michel partió para hacer los preparativos de su casamiento y yo lo seguí a los pocos días. Era el primer casamiento en casa de los Grimm: la iglesia estaba llena de gente, las damas de honor de la novia, encantadoras y entre los numerosos congratulantes deseo mencionar sólo uno, mi viejo compañero de la escuela Baass, que estaba casado con una hija del director de banco Karnatz. Fue una sorpresa sumamente grata para mi. Festejamos la boda con un grupo de amigos cercanos en la casa de la calle Guanacache.
Apenas
hubo terminado la fiesta partí de nuevo hacia Madryn con el encargue de hacer
pintar las diferentes habitaciones con los colores deseados. Cuando llegaron
Michel y Else, me quedé algunos días más hasta poner en marcha todos los
detalles y luego pude volver a mi mujer, a mis hijos y a mi hogar. Cuando
volvía del sur, repetía siempre: Qué suerte la de Uds. que viven aquí, bajo
todos estos árboles verdes y rodeados de personas que los quieren bien.
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